En busca de un tesoro
Hay historias de piratas, vengativos y malvados, que son para morirse de miedo. Otras, en cambio, son para morirse ¡de risa! Y a veces, lo que cambia solo es la forma de contarlas.
El mundo de fantasía eran como había dicho el mago Epinar, apenas un gran castillo en el medio del mar. Nos acercamos en nuestro barco hasta que la quilla (Pieza de madera en la que se apoya el armazón del barco) rozó el fondo y entonces soltamos los botes. En ellos, amontonados como los pelos de una barba, remamos hasta la playa.
Cincuenta y tres piratas desembarcamos en aquel lugar y puedo deciros que con eso casi estaba lleno a reventar. No había sitio ni para caerte si tropezabas.
El capitán hizo que nos pusiéramos rodeando la isla, y dejó muy claro que todos debíamos tener los pies dentro del agua al menos hasta los tobillos.
Así lo hicimos y entonces Epinar comenzó a dar grandes zancadas contando pasos: dos al sur, diez al este, cinco al norte, dos volteretas completas sobre el hombro izquierdo y dos saltos a la pata coja hacia atrás.
Boasnovas, al que llamaban el Portugués y el tuerto (porque las dos cosas era), tuvo la tentación de reírse, pero se contuvo. No era el momento de bromas.
- Aquí es – indicó el capitán marcando en el suelo una equis con el grafio-. ¡Justo aquí! ¡Empezad a cavar! […]
Nadie pensó que una isla tan pequeña pudiera ser tan profunda, pero hicieron falta siete turnos de dos hombres para que, finalmente, una de las palas chocara con algo duro, y el esfuerzo para sacarlo del hoyo.
Era un cofre enorme y negro que pesaba como si tuviera dentro las Antillas Holandesas. Cincuenta y dos pares de ojos (más uno del tuerto) se clavaron en él. […]
Entonces, el capitán en personas, haciendo palanca con el garfio hizo saltar el cerrojo del cofre y abrió la pesada tapa con un chirrido oxidado.
Si alguien hubiera pasado por allí en ese momento, habría visto al grupo de piratas más sorprendidos del mundo: ¡cincuenta y tres palmos de narices, eso es lo que habría visto!
Allí, en el fondo del enorme baúl, había… ¡Un libro! ¡Eso era todo! ¡El tesoro de Phineas, un maldito libro!
-¿Alguien sabe leer?- preguntó bajito Jack el Cojo. Nos miramos unos a otros.
- Buenos… Yo… un poco – respondió el viejo Dos muelas y cogió el libro. Lo miró haciendo fuerza, como si se le fueran a salir los ojos, y leyó a trompicones-: “Mi vi… da de pi…ra… ta. Por phi… Phineas John…Johnson Kra…ne.” […]
Entonces el pirata Barracuda sufrió lo que se dice un ataque en toda regla. Comenzó a correr como un loco, aunque casi sin moverse del sitio porque, como ya hemos explicado, la isla era minúscula. Parecía que le atacaban miles de hormigas invisibles. Y el resto se dividió a partes iguales entre los que lloraban por el tesoro y los que nos moríamos de risa por los aspavientos del capitán.
LlANOS CAMPOS: El tesoro de Barracuada, SM
¿Qué no les pasa a los piratas?
Encuentran un tesoro inesperado.